Pudor y nudismo

De niño me aterrorizaba ir al deportivo. Me resultaba tan agresivo ver a los señores desnudos caminando impunemente por los vestidores como exponerme a las miradas de niños más grandes que no dejaban de comparar mi protovirilidad con sus pequeños indicios de desarrollo. El miedo a la desnudez me acompañó durante toda la adolescencia. De hecho, ninguno de mis juveniles camaradas me vio nunca desnudo. Sin haber tenido una educación particularmente culpígena ni religiosa, la falta de ropa era para mí la forma más eficiente de violencia pasiva.



     Mariana, desde que la conozco, no sabe estar vestida. Los resortes la incomodan, los botones la lastiman y las telas la acaloran. Es, para ella, una victoria diaria entrar a la casa e ir despojándose sin empacho de todo lo que la cubrió durante el día. A mí me da risa y me desilusiona un poco, porque me encanta su forma de arreglarse y ese es un espectáculo que me dura pocos minutos diarios. La mayor parte de los hombres quieren ver a sus mujeres desnudas, yo me vuelvo loco cuando la veo tapada antes de irse a trabajar. Y sin embargo, es una mujer bastante púdica.

     Las primeras vacaciones nudistas que tomamos fueron un parteaguas. La incomodidad nos duró muy poco y esa fue la primera vez que entendí, en el plano vivencial, esa diferencia léxica que hacen los angloparlantes entre naked y nude. En la tierra donde nadie se cubre, es mucho más sencillo quitarle relevancia a los complejos. Ahora, somos increíblemente veloces en eso de librarnos, literalmente, de tapujos en público. Sin embargo, y aún con todo el camino andado, nuestra relación con nuestro propio cuerpo no ha cambiado nada. Ella sigue pasando desnuda todo el tiempo que está en nuestro departamento y se sigue sintiendo incómoda de usar una mini para ir al súper. Yo, que en cuanto llego al Pistache no vuelvo a ver la ropa nunca, sigo dejándome la corbata y el saco puestos hasta que mi mujer llega a casa por la noche, y estoy seguro de que los vestidores me darían el mismo pánico que antaño.

     ¿En qué somos, entonces, diferentes después de tantos años de descarada desnudez pública? Para Mariana los ambientes nudistas son un reino seguro donde puede ser como le gusta ser: una mujer sin ropa. Para mí, estar desvestido es un pequeño costo que pagar por el privilegio de una convivencia liberal y liberada; sigue sin encantarme en términos de concepto, pero en la realidad, lo disfruto mucho. Hemos desarrollado una particular conciencia de nuestro físico, una aceptación que lejos de idealizaciones nos deja plantarnos delante de los demás y decir: esto es lo que hay. Y con eso que hay podemos vivir muy cómodamente. Es, un poco, como entender que no se necesita vivir en Versalles para tener una casa linda y mantenerla limpia y bien arreglada.


Playas nudistas
Mariana y yo desnudos en la playa. Fotografía del Conde M.

      

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