Par de gringos swingers, par de chilangos swingers

Relatos de nuestros encuentros swinger

Felación de una mujer blanca a un hombre negroLlegaron como a las 9:15, porque ella está más acostumbrada a los usos mexicanos y lo convenció de que, en realidad, no los esperábamos a las 9. Como buenas personas que son, aparecieron con una botella de vino en la mano y los cuatro nos sentamos a beberla en la sala de la casa. Es curioso como, a pesar de tener temas en común, iniciar conversaciones que sabemos, terminarán en la cama, cuesta siempre un poco de trabajo. Mariana, a pesar de hablar fluído inglés en privado, se rehusa a hacerlo frente a hablantes nativos. ¿El tráfico? No mucho. ¿Se perdieron para llegar? Mal tema, desde los GPS ya nadie se pierde...


     Finalmente, no importa, comenzamos a echar las espaldas para atrás y platicar, paulatinamente, se convirtió en una tarea fácil. Dos parejas en un departamento que quieren tener sexo entre sí, no deberían necesitar palabras. Pero las necesitamos. Hablar es una forma de saber que el otro es de nuestra misma especie, es la manera que tenemos los humanos de olernos el trasero. Hablamos pues, y nos enteramos de sus últimas aventuras swinger. Nos enteramos de su trabajo. Nos enteramos de sus viajes y los hacemos mirar nuestros tatuajes de pareja. Una de las cosas más lindas de ser swinger es la facilidad con la que uno se hace amigo de los de su propia especie. Después de pasar un rato frente a dos personas nuevas, basta con encontrar algunos códigos y cierta afinidad física y listo. Amigos instantáneos. Buenos amigos, ellos. Personas confiables. Algo parecido les ocurrirá a los expatriados cuando, en el otro lado del mundo, se topan con alguien de su pueblo. ¿Será que los swingers somos emigrantes de un país donde es normal andar en cueros y besar a tus amigas en la boca?
     Sin mucha advertencia lo hacemos quitarse la ropa. La excusa es que él también tiene tatuajes pecho y brazos. El motivo es que el tipo es un gran regalo de navidad para Mariana que, como muchas mexicanas, sueña con echarse a un negro. (Ya sé que eso no se dice así, pero los que no vivimos en la cultura del PCS entendemos mejor en esos términos.) Ahora hay que desvestirla a ella, no tiene tatuajes y queremos comprobarlo. Es increíble lo encatadoramente pueriles que nos ponemos en esas circunstancias. Ahora a Mariana, ahora a mí. Y cuando menos lo esperamos, yo tengo a la boca de una gringa alredor del pene, y oigo a mi mujer respirar como si viniera de correr la maratón. ¿Para qué negarlo? La sala de mi casa es incomodísima. Por fortuna la recámara está cerca. Ella es blanca, muy blanca, el es negro, muy negro. La recámara es azul y el edredón que  absorbe una tormenta de sudor es blanco.
     Lo más hermoso de los orgasmos de Mariana es lo intenso. Grita como si no hubiera mañana y concatena uno tras otro como cuentas de rosario. Ella (la invitada) es una amante sumamente generosa, y sorprendentemente conectada. Sus gemidos parecen los ecos de los de Mariana. Es como si en nuestra recámara hubiera habido ya tanto sexo, que las vibraciones se guardaran en las paredes y regresaran a escucharse a la menor provocación. Una jadea, la otra también. Una grita, la otra también y hay en el ambiente tantos climax que nadie hubiera querido contarlos.
     Nos tendemos de espaldas entrelazando cuerpos. Parecemos exhaustos. Welcome to Mexico. Ellos contestan: We should apply for residence. Nos reímos y mi mano sigue, por cuenta propia, acariciando el sexo de ella. Mariana, con la boca, peligrosamente cerca del de él. De nuevo, hablar sobra. Los sonidos de placer de ella inauguran el segundo capítulo. Estoy de pie junto a la cama. La penetro desde atrás y su rostro apunta al de él. La mirada de Mariana dirigida hacia mí y proponiéndome juegos para adultos sin hacer más gesto que su brillo. Me conoce bien y sabe lo que quiero. Le hace sexo oral. No sé qué tiene que me pone tanto cuando la veo hacerlo. Algo pasa con ella. Se ilumina toda. Más sexo, más sexo oral, más sexo. Ella se viene de mil maneras diferentes. Él se viene de pie frente a Mariana arrodillada.
     Cambiamos de pareja. Al final de los viajes siempre necesito regresar a casa. La última de la noche tiene que ser dentro de mi mujer, hasta entonces sé que podemos añadir una estrella a nuestra lista de historias.
Foto: ? Vía: Sicalipsis




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